lunes, 27 de agosto de 2012

"Aquí te vi"


Entré  por la cocina y apretando tu dedo en un punto del mantel me gritaste “Aquí te vi!”. No  comprendí y repetiste, insistiendo con el dedo, “Aquí te vi!”. Recorrí el ambiente  buscando rastros, botellas vacías o algo. Y otra vez, “Aquí te vi!”, ya doblando el dedo sobre la mesa, presionando. Y  “Aquí te vi!”, y no comprendía si fumaste, tomaste o me cargabas. Otra vez “Aquí te vi!”, y golpeabas siempre en el mismo punto con tu índice. “Aquí te vi!”.
Hoy vuelvo a entrar en la cocina, llueve y prendo la luz, está el mismo mantel y me digo: “Aquí te vi!... comenzar a perderte en la locura.”

Juan Burton

jueves, 16 de agosto de 2012

El rio sin orillas / J. J. Saer

Extracto de "El rio sin orillas"


Es que la carne de vaca asada a las brasas, el "asado", es no únicamente el alimento de base de los argentinos, sino el núcleo de su mitología, e incluso de su mística. Un asado no es únicamente la carne que se come, sino también el lugar donde se la come, la ocasión, la ceremonia. Además de ser un rito de evocación del pasado, es una promesa de reencuentro y de comunión. Como reminiscencia del pasado patriarcal de la llanura, es un alimento cargado de connotaciones rurales y viriles, y en general son hombres los que lo preparan. Además de ciertas partes carnosas de la vaca, prácticamente todas las vísceras son aptas para la parrilla: intestinos, riñones, mollejas, corazón, ubres de la vaca y testículos del toro. El asado se cocina a fuego lento y puede llevar horas, pero esa cocción demorada es menos una regla de oro gastronómica que un pretexto para prolongar los preliminares, es decir la conversación fogosa, las llegadas graduales de los invitados que, trayendo alguna botella de vino para colaborar, van cayendo a medida que sus ocupaciones se lo permiten, incorporándose a la charla animada, no sin pasar un momento por la parrilla para inspeccionar el fuego o cruzar un par de frases con el asador. Es falta derespeto dar consejos o mostrar aprensión sobre la autoridad del que esta asando, aunque cada uno de los presentes tiene su propia teoría sobre cómo deben hacerse las cosas. El asado reconcilia a los argentinos con sus orígenes y les da la ilusión de continuidad histórica y cultural. Todas las comunidades extranjeras lo han adoptado, y todas las ocaciones son buenas para prepararlo. Cuando vienen los amigos del extranjero, cuando alguien obtiene algún triunfo profesional, cuando hace buen tiempo. Cuando los albañiles estan haciendo una casa ponen el techo, atan una rama verde en el punto mas alto de la construccion y hacen un asado. A pesar de su carácter rudimentario, casi salvaje, el asado es rito y promesa, y su esencia mística se pone en evidencia porque le da a los hombres que se reúnen para prepararlo y comerlo en conpañía, la ilusión de una coincidencia profunda con el lugar en el que viven. La crepitación de la leña, el olor de la carne que se asa en la templanza benévola de los patios, del campo, de las terrazas, no desencadenan por cierto ningún efluvio metafísico predestinado a esa tierra, pero si en cambio, repitiendo en un orden casi invariante una serie de sensaciones familiares, acuerdan esa impresión de permanencia y de continuidad sin la cual ninguna vida es posible. Al anochecer, se encienden los primeros fuegos. Un olor a leña, y después de carne asada es lo que sobresale cuando empieza a oscurecer en el campo, en las orillas del río, en los pueblos y en las ciudades. Repartido en muchos hogares, no siempre equitativos, el fuego único de Heráclito arde plácido o turbulento, iluminando y entibiando ese lugar, que, ni más ni menos prestigioso que cualquier otro, es, sin embargo, único también, a causa de unos azares llamados historia, geografía y civilización; el fuego arcaico y sin fin acompañado de voces humanas que resuenan a su alrededor y que van transformándose poco a poco en susurros hasta que por último, ya bien entrada la noche, inaudibles, se desvanecen.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Narciso

Del Narciso que se odia al Narciso que se ama, un solo paso. Pregúnteselo a los lacanianos que no me dejarán mentir y que aún oyen la voz de Ecos que repite lo que escucha, por debajo de la puerta. Estoy y no estoy. Del Narciso que se odia al Narciso que se ama hay una sola brazada, hay un solo capricho de niño huérfano, pero Narciso a fin de cuentas. Narciso como mirándose horrorizado, Narciso como mirándose entusiasmado (entumecido), Narciso como mirándose iracundo, Narciso como mirándose más allá de su propia mirada en el reflejo del lago, Narciso con o sin espejo o con un amigo o con un enemigo no menos Narciso, Narciso mirándose por el ojo de la cerradura, asustándose con su propia sombra gimiendo. Del amor al odio, una sola caminata y entremedio el diálogo. Narciso cavila mientras se mira, cavila mientras se mima, cavila mientras rechaza a Ecos, mientras se superpone a ella, la oscurece, la oculta, la desmerece, la desvirtúa. Del narciso que se odia al Narciso que se ama, una sola y misma muerte. 

Axel M. López