I
¿Qué nombre nos es otorgado para el
invierno?, ¿o con qué número de DNI seremos anotados en el otro mundo? No puede
ser que hable de identidad sin pensar en que la persona es única en medida
equitativa de su necesidad de disociación.
¿Las galaxias revientan durante la relación
constante entre un protón y un electrón, aunque no sea lo neutro el lugar
inafectable?
II
Somos nombrados con la fatiga que nos es
impuesta por doquier. No somos neutrales, estamos vestidos hasta los dientes
con ropa protectora pero pesada, aunque lo más pesado para nuestra identidad no
tenga peso en sí mismo.
No puedo seguir hasta que el electrón no
reaccione. A las máquinas, en cada vuelta, se les afloja una tuerca, y soy otro
al caer sobre la cinta de montaje.
–Señor patrón, a este hombre le falta una
sonrisa –dijo la enfermera.
El patrón se hizo el boludo, como si no
escuchara, y se fue.
III
Entonces miramos a los costados, aturdidos,
miramos para comprobar que hay alguien, y que si somos únicos o repetidos, de
igual forma estamos solos, porque a cada lado hay un lazo quebrantable.
Viajamos en el silencio que se forma entre
el nombre y el apellido, siendo eso, silencios ubicuos. Viajamos buscando algo
que no tiene respuesta, que no tiene pregunta, que es simplemente eso, un
silencio y nada más, un silencio que afirma: «La revolución empieza en el
átomo».
IV
IV
¿Qué nombre le queda a la célula elemental
del cambio? Nos pusieron la palabra
antes de envolvernos en un cuerpo y ahora todo a nuestro derredor
fragmentándose, metiéndose en bolsas etiquetadas, como triste protón
desentendido del organismo.