miércoles, 28 de marzo de 2012

Anónimo

I

  ¿Qué nombre nos es otorgado para el invierno?, ¿o con qué número de DNI seremos anotados en el otro mundo? No puede ser que hable de identidad sin pensar en que la persona es única en medida equitativa de su necesidad de disociación.
  ¿Las galaxias revientan durante la relación constante entre un protón y un electrón, aunque no sea lo neutro el lugar inafectable?

 II

  Somos nombrados con la fatiga que nos es impuesta por doquier. No somos neutrales, estamos vestidos hasta los dientes con ropa protectora pero pesada, aunque lo más pesado para nuestra identidad no tenga peso en sí mismo.
  No puedo seguir hasta que el electrón no reaccione. A las máquinas, en cada vuelta, se les afloja una tuerca, y soy otro al caer sobre la cinta de montaje.
  –Señor patrón, a este hombre le falta una sonrisa  –dijo la enfermera.
  El patrón se hizo el boludo, como si no escuchara, y se fue.

 III

   Entonces miramos a los costados, aturdidos, miramos para comprobar que hay alguien, y que si somos únicos o repetidos, de igual forma estamos solos, porque a cada lado hay un lazo quebrantable.
   Viajamos en el silencio que se forma entre el nombre y el apellido, siendo eso, silencios ubicuos. Viajamos buscando algo que no tiene respuesta, que no tiene pregunta, que es simplemente eso, un silencio y nada más, un silencio que afirma: «La revolución empieza en el átomo».


                                                                               IV

  ¿Qué nombre le queda a la célula elemental del cambio?  Nos pusieron la palabra antes de envolvernos en un cuerpo y ahora todo a nuestro derredor fragmentándose, metiéndose en bolsas etiquetadas, como triste protón desentendido del organismo.

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